Entrevista con el Director General de Cooperación y Solidaridad de la Generalitat Valenciana, Federico Buyolo
Esma Kucukalic, FACM, 08.03.2017
El pasado 23 de enero, el director general de Cooperación y Solidaridad de la Generalitat Valenciana, Federico Buyolo reflexionaba en un artículo de opinión denominado “Mediterráneo, un mar de cultura de paz” sobre la necesidad de crear una “ciudadanía crítica y transformadora” que camine hacia la recuperación de un diálogo que parece perdido entre el norte y el sur del Mare Nostrum. ¿Cuál es el mejor camino para alcanzar este objetivo? De ello hemos hablado con Buyolo en esta entrevista concedida a la Fundación ACM.
“Mediterráneo, un mar de cultura de paz” es un artículo que aboga por la recuperación de lo que denomina el diálogo perdido entre las dos orillas. A tenor de los acontecimientos como los miles de muertos en este mar, y los conflictos armados en los que están sumidos muchos de los países de la cuenca mediterránea, ese escenario de paz parece muy lejano.
Un mar que debería ser de encuentro, que ha sido estandarte de la cultura y la diversidad ahora es un mar de lejanía. La diferencia económica entre el norte y el sur es la más grande del mundo. Siempre hablamos de Méjico y de EE.UU., y, sin embargo, las desigualdades más grandes se producen en el mismo mar que nos sostiene donde hay una parte con un progreso muy grande enfrentada a otra, a un sur que no está desarrollándose como debe ser. Y en ese espacio común ambas orillas no se hablan. Creo que el principal problema es que no hay dialogo entre el norte y el sur del Mediterráneo.
Hablamos de un espacio geográfico en el que viven cerca de 500 millones de personas. ¿Cómo se ha venido dando esa pérdida de dialogo?
No entendemos que el futuro de Europa pasa por el desarrollo del norte de África y de África Subsahariana. En la Comunidad Valenciana por ejemplo hay mucha cooperación con América Latina, algo lógico por la proximidad cultural, la cuestión de idioma, pero no miramos al sur del Mediterráneo. Esa falta de dialogo es difícil de entender. Disfrazamos de problemas culturales o religiosos otras cuestiones que en verdad son económicas para generar división a pesar de que los vínculos culturales son muy grandes entre las dos orillas. Cabe recalcar dos cuestiones importantes; tras la descolonización del continente africano muchos países se olvidaron de África y empezaron a verla incluso como a un enemigo o como un actor interesante sólo desde la perspectiva material, como ha sido la postura de Francia en Malí que no se ha correspondido con una pacificación real sino con intereses económicos. En nuestro caso, España sólo ha tenido una época de potenciación de las políticas de cooperación y desarrollo económico local que fue la primera etapa del gobierno de Zapatero entre los años 2004 y 2008. Hace poco, y en relación con la crisis de refugiados, el Primer Ministro francés lo puso de ejemplo. Trabajar en el desarrollo no significa externalizar las fronteras de Europa sino dotar de recursos a los países que necesitan de esas políticas de desarrollo.
Parece que ese concepto de “externalizar fronteras” es la tónica en materia de políticas de migraciones y de refugiados.
Las imágenes que hemos visto en Grecia este invierno son la constatación de que Europa lo ha hecho fatal. Es un ejemplo de una mala aplicación de la política. No podemos tener una Europa fuerte si no somos capaces de atender las necesidades y los tratados con los que nos hemos comprometido. No podemos pretender ser interlocutores en cuestiones como la siria y ser meros espectadores entre EE.UU. y Rusia sin saber aportar soluciones y sin cumplir con los compromisos. En el caso de España con la recepción de esos 17.000 refugiados de los que solo han llegado 1.000. Si seguimos así, difícilmente podremos ser un actor importante.
¿Dónde está la alternativa a esa mala aplicación de la política?
Hay dos ámbitos en los que es fundamental trabajar. En políticas de vecindad reales que signifiquen la conexión cultural y social con África y con Europa. Si no lo hemos hecho en el seno de Europa es difícil que lo consigamos en el Mediterráneo, pero es un punto prioritario. El segundo ámbito es el desarrollo local. En un escenario como el norte de África, con el conflicto actual en Libia o en Marruecos donde tenemos una situación estratégica complicada, en Túnez que es una fortaleza, pero una fortaleza débil, y además de Turquía, si en estos países no somos capaces de hacer un desarrollo de descentralización y de fortalecimiento de los poderes locales con lo que generemos alianzas, es difícil que recuperemos el diálogo entre el norte y el sur.
En materia de migraciones, los municipios, las comunidades, las regiones tenemos clara la voluntad de una alianza para la reubicación de refugiados y migrantes pero los estados la dificultan. Este ámbito no puede seguir dependiendo de la política de estados, sino que se tiene que dar una regionalización y conexión de las regiones. La regionalización en Europa es clara pero se tiene que dar la descentralización de las políticas en el marco Norte-Sur del Mediterráneo.
Un tercer factor clave de ese fortalecimiento local es la ciudadanía. Por tanto, desarrollo local, políticas de vecindad y ciudadanía son las patas en las que se tiene que sostener el diálogo.
Hace unas semanas vimos en Barcelona como miles de personas salían a la calle a exigir a los estados que cumplan con sus compromisos respecto de las personas refugiadas. También lo han hecho en Valencia y en otras muchas ciudades españolas y europeas. ¿Hay voluntad entre los actores locales para que se cumpla con estos compromisos?
La política migratoria como acabo de señalar no puede seguir siendo de los estados. Tiene que bajar a aquellos actores que tenemos que albergar y atender a esas personas que lleguen. Una encuesta reciente de la Unión Europea señala que el 90% de los ciudadanos está a favor de la llegada de refugiados a Europa, a nivel de regiones baja al 70%, y en el ámbito de pueblos se reduce a un 30%, es decir, hay voluntad de que estas personas vengan si es en el marco de la Unión Europea, baja si vienen a mi comunidad, y desciende mucho más si llegan a mi pueblo. Pero a pesar de estas cifras, hay una potencialidad que nos permite trabajar para que esa diversidad nos haga fuertes y para conseguir que la igualdad llegue a todos, y eso es sólo posible con el fortalecimiento de la ciudadanía, con alianzas locales de aquí hacia ahí, y eso a nivel de estados es difícil, pero si es posible desde las regiones.
En cumbres como la de ONU Hábitat III se ha puesto de manifiesto que, en el año 2030, el 70% de la población vivirá en ciudades. Esta tendencia nos indica que la cooperación es fundamental. En el norte estudiando cómo integrar las diferentes dimensiones sociales, cultuales, económicas dentro de las ciudades, pero también teniendo muy en cuenta el factor migración. Hay ejemplos como Canadá que ha acogido 40.000 refugiados sirios en la otra parte del Atlántico y no ha pasado nada. Boston, Nueva York piden refugiados no solo por una cuestión económica sino de principios y valores como ciudanía.
¿Qué papel aporta un actor de la sociedad civil como la Fundación ACM en esa generación de alianzas?
Una de las líneas estrategias de la Generalitat es generar alianzas. El papel que vosotros desarrolláis, un papel de conexión, visibilización de masa común entre los que estamos en el norte y el sur del Mediterráneo es fundamental. La siguiente etapa sería de incidencia política para que todo esto no se quede en el imaginario colectivo sino aterrice a las instituciones y la ciudadanía. Es lo que hay que conseguir. La visibilización es fundamental pero pasa por cambiar la comunicación de lo negativo a una comunicación de los que, entre todos, hemos decidido. El mundo sólo ha avanzado cuando la gente ha cooperado entre sí, desde el homo sapiens hasta hoy. Si no somos capaces todos de firmar un pacto para generar alianzas para el desarrollo, difícilmente conseguiremos que la parte negativa, que la hay, no se coma lo positivo. No hay un problema de xenofobia o islamofobia en el Mediterráneo, la ciudadanía quiere vivir en común, y es por eso que no podemos permitir que ese pulso se apague y se disfracen ciertas actuaciones con planteamientos que nada tienen que ver con el sentimiento que tenemos en el Mediterráneo como mar de encuentro.



















