Casa Mediterráneo: Presentación del libro ‘Las desigualdades mediterráneas, reto del siglo XXI’ (Catarata/FACM, 2020) con su autor, Ricard Pérez Casado

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FUENTE: CASA MEDITERRÁNEO

27.01.2022

Las inequidades existentes entre las distintas sociedades que conforman el espacio mediterráneo, así como las que se dan en el seno de cada país, sus orígenes, sus consecuencias y los desafíos que éstas plantean centran el análisis del libro ‘Las desigualdades mediterráneas, reto del siglo XXI’ (Catarata, 2020), publicado con el patrocinio de la Fundación Asamblea de Ciudadanos y Ciudadanas del Mediterráneo (FACM). Su autor, Ricard Pérez Casado, lo presentará el jueves 27 de enero a las 19:00 h. en la sede de Casa Mediterráneo. La charla, presencial, también podrá seguirse en streaming por la web y las redes sociales de la institución diplomática.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO ‘Las desigualdades mediterráneas, reto del siglo XXI’ (Catarata, 2020), publicado por Catarata Ed. y Fundación Asamblea de Ciudadanos y Ciudadanas del Mediterráneo (FACM).

La Ilustración situó la igualdad entre sus grandes principios, las religiones monoteístas la promulgaron frente a un dios y la Revolución Francesa la incorporó en su celebre tríada revolucionaria. Muchas de estas ideas tienen su origen en el espacio mediterráneo, donde la desigualdad causa y perpetúa muchos conflictos que afligen a sus sociedades. No sólo en sus territorios y países, sino también entre las diferentes capas sociales, ya se trate de desigualdad de género, económica y social, o las derivadas de las diferencias religiosas, lingüísticas o de los problemas del Medio Ambiente. La confluencia de desigualdades incrementa la violencia de los conflictos; tal es el caso, por ejemplo, del desatado entre las antiguas repúblicas yugoslavas. Con el fin de ahondar en los complejos temas que aborda este ensayo, escrito con un estilo ameno y accesible, mantuvimos una entrevista telefónica con su artífice.

Ricard Pérez Casado es licenciado en Ciencias Políticas y doctor en Historia Contemporánea, investigador y analista en asuntos económicos, sociales y políticos. Fue alcalde de Valencia entre 1979 y 1998, administrador de la Unión Europea en Mostar (Bosnia-Herzegovina) en 1996, diputado a las Cortes Generales por Valencia (2000-2004) y Presidente de la Comisión Delegada del Instituto Europeo del Mediterráneo (2004-2005). También ha trabajado en el ámbito de la consultoría económica y urbanística. Es coautor en diversas obras colectivas como ‘L’estructura econòmica del País Valencià’ (1970), ‘El País Valencià, 1931-1939′ (1974) o ‘Los cítricos en España’ (1974), entre otros. Ha publicado ‘Estudis i reflexions: el cas valencià’ (1983), ‘El miedo a la ciudad’ (1987), ‘Conflicte, tolerància i mediació ‘(1998) y ‘La Unión Europea. Historia de un éxito tras las catástrofes del siglo XX’ (2017). Ha colaborado en diversas revistas especializadas y periódicos (Serra dOr, El Temps, lEspill, Temas o El País) y actualmente lo hace en Levante-El Mercantil Valenciano. 

En primer lugar, ¿qué le impulsó a escribir este libro? ¿Había un vacío literario que ofreciera una panorámica amplia del espacio mediterráneo y de sus desigualdades?

La bibliografía sobre el Mediterráneo es inmensa, lo que ocurre es que suele tratarse de análisis parciales. Es decir, hay buenos estudios militares, sobre cuestiones de seguridad, de inmigración -excelentes los de Sami Naïr-… Sin embargo, que yo sepa, no había un ensayo que reuniera en un solo un texto el hecho de la desigualdad como elemento que aunque no es el único, justifica o contribuye a aclarar el por qué de muchos de los conflictos militares, entre generaciones, de género, derivados del cambio climático…

¿Y qué me motivó? Mi origen es mediterráneo, nací en Valencia, una ciudad mediterránea del lado europeo. Y luego, como responsable público en Valencia, impulsé la Mostra de Cinema del Mediterrani, encuentros de intelectuales, musicales, etc. Fuera de esa dedicación política, que duró diez años, en Barcelona presidí el Instituto Europeo del Mediterráneo y, designado por el Consejo de Ministros de la Unión Europea, fui administrador de Mostrar, en Bosnia, en las primeras elecciones democráticas que hubo después de las sucesivas guerras. Es decir, soy un mediterráneo convencido. 

En el actual mundo globalizado en el que vivimos, además de por una cuestión ética, el bienestar de nuestros vecinos mediterráneos afecta directamente al bienestar de las sociedades europeas. Sin embargo, usted lamenta en su libro que desde Europa se haya apostado por la seguridad, dejando de lado otros factores que además inciden en ella, como son el acceso a la educación y la sanidad, la falta de perspectivas laborales, la igualdad de género, etc. ¿Estas carencias provocan, agravan y perpetúan conflictos? 

Sí, ésta es una de las visiones cortas de la Unión Europea, de la que también soy un convencido defensor. De hecho, en 2017 publiqué un libro con la Universidad de Valencia [‘La Unión Europea. Historia de un éxito tras las catástrofes del siglo XX’] sobre los 60 años de los Tratados de Roma que, por cierto, también avanzaba esa idea de que subordinar la UE a la estrategia militar y económica de Estados Unidos a veces lleva a malas consecuencias. Por ejemplo, la ampliación hacia el Este de la Unión Europea se está poniendo de relieve estos días en el caso de Ucrania, y sin embargo, se ha abandonado relativamente el esfuerzo dedicado a nuestros vecinos del Norte de África, del Magreb al Mashrek.

La Unión por el Mediterráneo no deja de ser una buena idea y una buena intención, pero no está dotada de los medios, como usted me preguntaba, en materia de educación, igualdad de género, mercado de trabajo… Y ahora se añade además la crisis climática al sur de este espacio, que va empujando a la población a migrar hacia el norte. Estas migraciones han sido entendidas en nuestro lado como problemas de seguridad, cuando resulta que seguimos necesitando a los migrantes para trabajar en lo que no quieren nuestros paisanos o en lo que no pueden porque la población del norte ha envejecido muy rápidamente y no está en condiciones de aceptar ciertos trabajos duros o sofisticados. En definitiva, esas desigualdades y esa desatención a nuestros vecinos de la otra orilla y de las otras dos -Turquía, Líbano, Siria, Egipto- no son una buena noticia para los mediterráneos europeos.

¿Qué consecuencias puede tener ese desequilibrio demográfico ya patente, con una población en el norte del Mediterráneo cada vez más envejecida y una creciente población joven en el Norte de África y el Este del Mare Nostrum? 

En la práctica, las poblaciones envejecidas del norte requieren de esa sustitución de los más jóvenes de la otra orilla por varios factores: primero, por el relevo generacional y para evitar el despoblamiento, que es acelerado; segundo, incluso para cuidarnos, hablo desde una edad que no es provecta, pero que ya pasa de los setenta. Pese a todas las dificultades, el nivel de preparación de nuestros vecinos del otro lado empieza a ser relativamente bueno y cualquier esfuerzo que lo mejore nos favorecería para que se ocuparan de muchos trabajos que nuestra población, por envejecimiento o incluso por falta de formación, no puede asumir. Es decir, nos necesitamos mutuamente; es algo que convendría entender. 

A todo ello se une el hecho de que estamos sometidos, a ambos lados, a presiones externas. Es lo que yo llamo “extraños en la habitación”. Hay una serie de intereses ajenos, que no son los de nuestras poblaciones. Me refiero a la presencia militar, realmente espectacular, no ya de Estados Unidos, que lleva 70 u 80 años, sino también de Rusia con sus bases en Siria, que se ha sumado a este mar pequeñito, que supone tan sólo el 4% de los mares y el 7% de las tierras emergidas, donde además ha asomado la nariz China.

China, de una manera bastante sigilosa, está tomando posiciones en diversos puertos del Mediterráneo. Me gustaría que incidiera en este fenómeno, algo desconocido para la población en general. 

Sí, lo han hecho y han aprendido en cabeza ajena. En vez de desplegar las flotas de militares, han desplegado el dinero, la Ruta de la Seda y la Franja y se han lanzando a la compra directa de puertos en el Pireo, de terminales en Valencia, en Barcelona, etcétera. Y ésa es una penetración silenciosa, como usted muy bien ha dicho, y no ofensiva porque, en principio, ¿qué más da que opere una empresa china que una local? Bueno, pues sí que importa, porque la decisión no está aquí, sino en Pekín. Y ésta es una diferencia importante. 

Además, China no sólo está actuando en el ámbito de las infraestructuras, sino también en el de las tierras agrícolas como reserva de alimentación o proveyendo en el norte de África, por ejemplo, en Argelia y en el antiguo Sahara Occidental, tierras de cultivo o materiales estratégicos, así como atendiendo a precio muy bajo la demanda de viviendas en Argelia o de infraestructuras en Egipto. Hay una anécdota que viene al caso: El tren que va de Nairobi a Mombasa, en el otro extremo de África, a los ingleses les costó varios años, a los chinos sólo uno y además el viaje dura diez horas menos. 

Son un sistema diferente, pero no dejan de ser “extraños en la habitación” mediterránea, un espacio ya de por sí bastante complicado, con media docena de alfabetos, 80 lenguas, 22 Estados, alguno de ellos fallido…

¿De los objetivos marcados en 1995 en el Proceso de Barcelona, que dio paso en 2008 a la Unión por el Mediterráneo (UpM), un proyecto en pro de la prosperidad y la paz en la región, qué balance haría, pasados más de 25 años desde entonces?

Quisiera ser menos pesimista o, al menos, ser un pesimista razonable. Se ha hecho lo que se ha podido y lo que se ha podido no es suficiente. Asistí a Barcelona+10 en octubre de 2005 como representante del IEMed [Instituto Europeo del Mediterráneo] y creo que no se ha dado voz suficiente a la sociedad civil. Y no me refiero a lo que entendemos a veces en España y en Valencia, a los empresarios y en ocasiones los sindicatos, sino a toda la sociedad civil en su conjunto. Aquí mismo tenemos un ejemplo. El libro está patrocinado y promovido por la Asamblea de Ciudadanos y Ciudadanas del Mediterráneo. Es una Organización No Gubernamental que tiene representación en los 21 o 22 países, según lo miremos, del Mediterráneo, en un montón de ciudades donde la gente se reúne bajo los principios de paz y cooperación, que no dejan de ser además los principios constitutivos de la Unión Europea. 

El desconocimiento aboca al rechazo hacia el otro y la consagración del estereotipo.

Esta fundación promueve acciones culturales que favorezcan el conocimiento y entendimiento mutuo entre los pueblos, algo que en su libro usted considera esencial para desterrar miedos infundados, el rechazo al inmigrante o el resurgimiento de movimientos populistas.

El desconocimiento aboca al rechazo hacia el otro y la consagración del estereotipo del moro, del negro… siempre con un matiz despectivo, pero también en el otro lado, al repudio del blanco colonialista por parte de individuos fundamentalistas y peligrosos. Yo sostengo en que ambas orillas, el Mediterráneo será femenino o no será. Es decir, la emancipación de la mujer y su papel protagonista en este lado han sido fundamentales para evitar, justamente lo que usted comentaba, la caída en el populismo. Esos populismos son antifeministas y, por lo tanto, desacreditan a la mitad de la población. 

Pero en el otro lado todavía queda camino por recorrer para la emancipación efectiva de la mujer de la tutela patriarcal, que es de naturaleza económica, social y sexual, desde todos los puntos de vista. En este contexto, promover el conocimiento resulta básico. ¿Cómo no vamos a conocer elementos de la cultura árabe cuando aquí, en nuestro territorio, estuvieron 800 años? Hasta 1238 o 1300 convivimos con una cultura del Islam que nos ha dejado una herencia descomunal, incluso en términos lingüísticos y de usos y costumbres. Es preciso conocer al otro y descartarlo de ser enemigo. ¿En Bosnia sabe lo que siempre decía?: Los turcos y los españoles tuvimos una discusión hace 500 años, pero en este momento ya no. Ahora a todos nos conviene fabricar coches, chips, mantener relaciones comerciales y que nuestros estudiantes Erasmus vayan también a Estambul. El intercambio entre universitarios es básico, ha sido el mayor éxito de la Unión Europea. Miles y miles de chicos y chicas de todos los países de Europa se han conocido entre sí. Yo propongo un Erasmus Mediterráneo. Por ejemplo, eso facilitaría que nuestros estudiantes fueran a Argel y que los argelinos vinieran a Alicante, con quienes hemos tenido una gran relación.

De hecho, en la provincia de Alicante hay una importante comunidad de pieds-noirs que retornaron a España a raíz de la Guerra de Independencia de Argelia. 

Tengo una anécdota al respecto. El segundo jefe de la división multinacional, un teniente general francés, que estaba bajo mi dirección política en Bosnia, se apellidaba Allemand. Le pregunté si en realidad su apellido era Alemany y, efectivamente, me dijo que sí, que su abuela era de Castell de Castells [municipio del norte de la provincia de Alicante]. Hay algo que nuestra gente no recuerda y es que no siempre la migración ha sido de sur a norte; también la ha habido de norte a sur. 

Una emigración, la española, que además no es tan lejana en el tiempo. 

Desde luego, hubo grandes flujos en el siglo XX. La madre del gran escritor Albert Camus era de Menorca y su apellido sigue presente en Onteniente [Alicante]. De hecho, en ‘La Peste’ o en ‘El primer hombre’ hay un momento en el que algún personaje habla valenciano.

Recuerdo que como presidente del IEMed tuve que ir bastantes veces a Argelia y organizamos una exposición de cerámica amazig o bereber. En el contexto del movimiento de independencia de la Kabilia tuve que ir a hablar con la Ministra de Cultura porque estuvieron a punto de impedir la exposición. Le dije que para mí Tipasa [ciudad costera argelina] no era un lugar lejano, sino que la había visto y leído en los libros de Camus. A partir de ese momento se facilitó todo. Y el Presidente de Gas Natural España, Pedro Duran i Farell, ¿sabe dónde está enterrado? En Tamanrasset. Tan enamorado estaba de Argelia que decidió que cuando muriera lo enterraran en el desierto.

Ricard Pérez Casado

Me gustaría que nos hablara de su etapa como administrador de la Unión Europea para Mostar en 1996. ¿Una guerra realmente acaba cuando se firman los acuerdos de paz?

No. La paz es la continuación de la guerra, pero por otro medio. Y ese medio es el diálogo y la discusión. La misión que me encargó la Unión Europea consistía en reconstruir lo obvio, es decir, el suministro de agua potable o los puentes, entre otras infraestructuras, una tarea sencilla al disponer de muy buenos ingenieros, que si hay dinero se consigue enseguida. Algo muy distinto a celebrar unas elecciones y reconciliar a la gente, que los Acuerdos de Dayton no ha logrado. De hecho, ayer por la tarde [por el 24 de enero] hablé con un amigo que tengo en Sarajevo. Cuando se firmaron los Acuerdos de Dayton se delimitaron espacios y no se puede usted imaginar lo demencial que es el mapa resultante. Entre otros, hay un corredor, denominado el “Pasillo de Brcko”, en el norte de Bosnia-Herzegovina. Ese pasillo tiene tres kilómetros de ancho y 50 de largo y sirve para unir las dos partes de la República Srpska, que es una de las entidades que forman Bosnia-Herzegovina. En vez de confeccionar una Constitución de los ciudadanos, que es lo que se hizo en Estados Unidos en el siglo XVIII y en nuestro país dos veces en el XX, la firmaron los pueblos, es decir, las etnias. Y no es lo mismo la ciudadanía que las etnias. El serbocroata quiere celebrar un referéndum para independizarse de Bosnia-Herzegovina en su parcela, que es la República Srpska. Esto evidencia que la paz lo único que consiguió es que no se mataran.

En la ciudad que administré y en su distrito, del tamaño de media provincia de Castellón, pero que no llegaba a 150.000 habitantes, había tres minorías, croatas, bosniacos y serbios, y otra aún más minoritaria compuesta por sefarditas. Nada más empezar la guerra casi todos los judíos pudieron salir, pero la mayoría de los serbios están enterrados en los parques de Mostar. Mis interlocutores eran un serbio, un croata y un musulmán. Han pasado 25 años desde entonces. La última vez que estuve fue justo antes de la pandemia, con motivo de la concesión de un premio muy bonito en Sarajevo a la Asamblea de Ciudadanos y Ciudadanas del Mediterráneo, y la reconciliación todavía es residual. Sí hay bosniacos partidarios de la reconciliación, también croatas, pero básicamente abunda la intolerancia a extremos impensables en un país como el nuestro. Allí las religiones son beligerantes. En la época en el que yo estuve, extremadamente beligerantes. 

No querría terminar esta entrevista sin preguntarle por las llamadas “Primaveras Árabes”. A su parecer, ¿qué calado han tenido en las sociedades civiles del Mediterráneo? Aunque la irrupción de la pandemia haya frenado las manifestaciones de protesta, ¿éstas proseguirán si la población no ve signos de bienestar en el horizonte? 

Las Primaveras Árabes, en el momento en el que movilizaron a la mujer pensé, y sigo pensando, que no tenían retroceso. Podrían sufrir parones -como el de la pandemia que nadie preveía-, reacciones duras como la de Tahir en Egipto… pero cuando se desencadena un movimiento ciudadano de esa magnitud es muy difícil que se olvide del todo. De hecho, los represores lo tienen muy presente, pero esos movimientos de base están ahí.

En Argel presencié un acontecimiento que me conmovió. Una manifestación integrada sobre todo por chicos jóvenes; era de las primeras y hacía calor. Las mujeres primero sacaron vasijas de agua para que se refrescaran los manifestantes y luego se pusieron a lanzar sus gritos típicos, tan emocionantes, y eso a los guardias los dejó pasivos. No sabían si golpear a los manifestantes, largarse o aplaudir. En ese momento el poder tuvo miedo y se vio obligado a cambiar algunas cosas, ciertos privilegios de los militares, en las empresas, etcétera. 

Evidentemente, la pandemia, la globalización y la presencia de “los ajenos en la habitación” han parado esos movimientos. En el caso Siria de forma muy cruel, con una guerra. Han provocado la emigración forzosa de millones de personas. Las cárceles en Egipto están llenas a rebosar. Libia es un Estado fallido, no existe… Pero ese movimiento de base no lo pueden detener. 

Cuando uno visita tranquilamente grandes ciudades como Casablanca, urbes que son nuestro alter ego en el otro lado del Mediterráneo, lo ve. Habrá más o menos velos, más o menos hiyabs [pañuelo que cubre la cabeza y el pecho], pero existe un movimiento de fondo de las mujeres. Por eso, en ese sentido, soy optimista.

Aunque su análisis ofrece una fotografía demoledora de las desigualdades existentes en el espacio mediterráneo, deja una puerta abierta a la esperanza. En esta línea, ¿qué papel pueden desempeñar las ciudades y la sociedad civil como palancas de cambio social?

Las grandes ciudades están siguiendo un proceso que podemos recordar en nuestras urbes de hace 70 años, como los experimentados en Elche, Alicante o Valencia. Miles de personas venidas del campo acabaron hacinadas en los barrios de la periferia. ¿Y qué pasó? Que los ciudadanos empezaron a reclamar agua potable, iluminación, transporte público… Eso mismo está pasando ahora ya en Casablanca, en Túnez y en otros muchos lugares. Esos fenómenos son los que me insuflan confianza y esperanza, unidos al imparable empuje de la mujer.